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Lo sé, lo sé. Soy lo peor.

Muchísimos días sin actualizar, pero reconozco que con este tiempo que ha estado haciendo y la cantidad de trabajo que se me ha venido encima con el tema rebajas, he ido un pelín de culo. Bueno, muy de culo. Así que voy a intentar ponerme al día.

Nos quedamos en la salida que hice con Alejandra, la increíble y guapísima prometida de mi ex. Bien, no es oro todo lo que reluce. Observándola, puedo decir lo siguiente: La chica es guapa y alta, aunque ser más alta que yo no supone ningún tipo de mérito, todo hay que decirlo. Además, tiene esa elegancia que proporciona la extrema delgadez, pero es una elegancia irreal, puesto que esos movimientos taimados y suaves no responden a nada más que al hambre perpetuo. Se mueve como si el viento la pudiera llevar de un lado a otro con un mínimo esfuerzo y además viste bien, pero no tiene muy claro que hay cosas que no se pueden llevar cuando se va de chóping.

Apareció en la tienda con unos taconazos que me hicieron soltar un:

– Alejandra, ¿ya tienes claro que nos vamos de compras?

Ella enfocó medio rabiosa sus ojos en mí, y después de contestarme algo así como «pues claro que lo sé», le dije: Vas a pasarlo fatal en esta ciudad con esos taconazos. Pero bien, ya pararemos a comprarte algo. Ella me contestó que no, que no haría falta, a lo que yo le contesté que si quería nos apostábamos algo.

Evidentemente la apuesta la gané yo -aunque dudo que me la llegue a cobrar nunca. Estábamos por el centro, entrando en las tiendas más in cuando me di cuenta que empezaba a cojear. Llevábamos ya unas dos horas andando, y vamos, no es que yo me esmerara en cansarla, pero es que ir de compras (al menos, las compras que ella quería) es así. La dejé sentada en un banco, le pregunté qué número de pie tenía y me metí en un Zara a comprarle unos zapatos mucho más cómodos de cuña. No se le saltaron las lágrimas de milagro. Además, le hizo mucha grcia que el gasto corriera de mi cuenta (de la mía no, de la empresa, pero eso ya se lo dejé claro más tarde).

Mientras compramos solo hablamos de ropa, y cada cierto tiempo me iba contando algo relacionado con Rodri.

(imaginaos la situación:

– Mira, un perro verde.

– Sí, pues eso me recuerda al día en que Rodri dijo que teníamos que poner hierva en casa, que es verde, porque…) 

Por mi parte todo eran sonrisas corteses y asentimientos, puesto que ni a mí me interesa su vida ni me voy a poner a explicarle la mía. Conseguí mantenerme firme, muy firme, hasta que llegó el momento de sentarnos a comer, a eso de las cuatro de la tarde, exhaustas y con dos vestidos, unos pantalones y un par de camisetas bajo el brazo.

– Claudia, valoro mucho lo que estás haciendo por mí -coge el cubierto, juguetea con su ensalada -. No creas que olvido lo tuyo con Rodri… Esto ha de ser duro para ti – Me mira, se sonríe de oreja a oreja.

¿Os imagináis mi cara? ¿Eh? ¿Os la imagináis?

– ¿Duro? ¿Qué es lo que tiene que ser duro para mí? ¿Que Rodri se case? ¿Que Rodri se case contigo? ¿El qué?

– Bueno… – Aquí se dio cuenta de que la había cagado, y ya se puso nerviosa- No quería decir esto, yo…

Y la corté:

– Mira Alejandra, ya encontraba suficientemente triste que tengas que contratarme para comprarte un vestido. Pero ahora ya de verdad has tocado techo, demostrándome lo celosa que estás, y te aseguro que no es culpa mía. Así que yo de ti, me levantaría, cogería un taxi y me iría corriendo a ver a Rodri, porque está claro que tenéis un problema y que necesitáis hablar. Y tranquila, que esto lo pago yo.

Cogió las bolsas y se fue, medio andando medio corriendo, haciéndose la indignada. Mirad, quizá me pasé, pero ya estaba harta. Quiero decir, si la chica tiene un problema y está medio chalá, tanto tanto que necesita contratar a la ex de su novio para demostrar su superioridad… Desde luego se ha equivocado de ex. Está claro que a mí no me duele ni me molesta que me «restriegue» que se va a casar con mi ex, pero también está claro que yo no soy un felpudo, y menos de esta mujer.

Cuando acabé de comer, llamé a Pablo y quedé con él para contarle todo esto. El chico no podía parar de reír y de hacerme bromas del estilo «Eres una claudianator» y cosas así. Reconozco que cuando llegó estaba nerviosa y me temblaba un poco el pulso, pero es que era la primera vez que hacía algo así. Siempre he sido una persona muy poco asertiva, y eso de poner límites es algo que me cuesta. Rodri lo sabía, así que imagino que la tonta del culo de Alejandra también.

Los dos se tuvieron que llevar una buena sorpresa…

¿Sabéis por qué libros o pelis como Bridget Jones funcionan? ¿Por qué mujeres de todas las edades disfrutan y empatizan con sus personajes? Porque todas las mujeres se han sentido en algún momento de sus vidas gordas, desgraciadas, solteronas y temiendo ser el almuerzo de su propio gato.

El otro día quedé con Pablo. No os comenté, pero hasta el día anterior había estado laboralmente pletórica por haber conseguido un contrato bastante interesante. No obstante, tenía claro que lo que iba a pasar esa tarde necesitaba grandes dosis de autocontrol, pero el saber que soy un hacha, quieras que no ayuda bastante a mantener la cabeza alta. Aunque solo sea en el mundo laboral.

Para variar, llegué puntual al «Bar mono», mucho más puntual que él. Me pedí mi café, me encendí mi cigarrillo y me senté en una de sus mesitas blancas con cristal y cerca de la puerta. Siempre es interesante tener la huida cerca.

A los diez minutos llegó él. Estaba rojo, más de la vergüenza que del calor que hacía fuera, y medio sin aliento. Se disculpó por llegar tarde (en realidad solo se retrasó 5 minutos) y se sentó delante de mí. Se pidió una cerveza y me miró a los ojos. Fue a cogerme una mano que yo aparté bruscamente, casi tirando mi café por el camino, y le pregunté qué quería.

Lo primero que me dijo es que le perdonara. Que había sido un completo estúpido, que había reaccionado mal ante la presión. Que estaba seguro de que no quería a su ex, y estaba seguro de que lo que siente por mí es mucho más fuerte y más importante que lo que había sentido nunca por ella. En este punto he de reconocer que tenía los ojos buceando en las cuencas, pero no dejé que cayera ni una sola gota. Me emocioné porque me di cuenta de que realmente estaba diciendo la verdad. Pero no podía dejarlo así:

– Dime algo convicente para entender y perdonar que me echaras de tu casa como a una vulgar amante.

En ese momento una mueca ¿de dolor? cruzó su cara. Me volvió a pedir mil perdones. Se calló cuando la camarera (que es una cotilla) me sacó el café ya acabado y le pedía un batido de fresa. Cuando se fue, me dijo que no sabía qué decirme para que le perdonara, pero que solo podía decir que en ese momento solo pensaba en coger a Irene y decirle cuatro cosas para que lo dejara en paz, y que fue un estúpido porque la manera más efectiva para disuadirla de empezar de nuevo una relación hubiera sido viéndonos a ambos juntos.

Después me contó que, una vez me fui y hubieron entrado al salón, Pablo le hizo sentarse en el sofá y empezó el monólogo: le explicó que lo suyo había acabado, que había empezado una nueva vida, que estaba muy enamorado de una chica preciosa e inteligente (aquí tuve que contener aun más las lágrimas) y que, aunque él pensaba que podía tener una relación de amistad con ella (Irene), después de ver cómo se había plantado en su casa en plena noche le daba a entender que era del todo imposible, y que lo mejor es que no volvieran a verse nunca más. Finalmente, le preguntó por qué había venido así de sopetón, y ella le dijo:

– Me encontré a tu hermana y me contó lo de tu novia… Y he venido a ver a quién elegías.

Dice que en ese momento se le cayó el mundo a los pies, porque se dio cuenta de que esa noche parecía y había actuado como si hubiera elegido a Irene en vez de a mí. Por fin se dio cuenta de que, aunque había hecho bien echando a Irene de su vida, la había cagado conmigo, y en ese momento decidió acabar la conversación y llamarme.

Para cuando Irene se fue de su casa, montando una escenita (al fin y al cabo, qué puedes esperar de una mujer que recorre más de 600 km para ir a ver a su exnovio cuando se entera de que éste ha rehecho su vida sentimental), Pablo empezó a llamarme, pero yo ya había apagado el móvil. En casa el teléfono estaba desconectado, y por mucho que intentó ponerse en contacto conmigo no pudo… Hasta que por fin le contesté uno de sus mensajesde «tenemos que hablar», en los que le corrió un terror horrible por todo el cuerpo al ver que se había expresado mal, porque lo único que quiere es que le perdone, aunque entiende perfectamente que le mande a la mierda… Pero que él lo tiene que intentar, porque está muy enamorado de mí.

Era la primera vez que me decía, directamente a mí, que estaba enamorado de mí. Menudo momento para decirlo. ¿Es que solo se dicen estas cosas en los momentos más tensos? ¿O es algo que se dice para dorar la píldora?

En ese momento le dije que le agradecía que me explicara por qué, pero que como él ya sabe lo había pasado muy mal y me había hecho mucho, mucho daño. En ese momento le dije lo que había sentido yo:

Que había sido tratada como un perro, un plato de segunda, al que echar cuando llega la verdadera pareja. Vamos, como una amante cualquiera. Que nunca me había sentido más despreciada en toda mi vida, que toda la felicidad e ilusión que sentía se habían ido al traste en menos de cinco minutos, y que ese daño no se arregla fácilmente. Le dije que yo también estaba enamorada de él, y que por eso me había hecho tanto daño… Y también por eso debía tomarme unos días para pensar sobre ello. Que agradecía que Irene no se hubiera quedado a dormir en su casa (como me temía), y que la hubiera echado… Puesto que si se hubiera quedado, no me podía creer que realmente Pablo quiere cerrar un capítulo con ella.

Finalmente, le dije que iba a pasar el fin de semana en casa de mi hermano, y que me pondría yo en contacto con él, puesto que tenía que pensar.

Desde el viernes por la tarde he recibido en casa de mi hermano flores, un ramo cada día, en total una flor por cada día que hemos estado juntos (yo no me había dado cuenta hasta que lo leí en la última tarjeta). También me ha ido enviando un mensaje cada hora en punto (incluso por la noche, que lo tenía en silencio) al móvil diciéndome por qué estaba enamorado de mí, y por qué sentía tanto haberse comportado como un imbécil. El último mensaje que me envió fue ayer por la noche, en el que solo decía:
«Te quiero»

Soy débil. Hemos quedado esta tarde.

Ayer, después de mandarle el mensaje a Pablo, apagué el móvil y puse su dirección de mail en Spam. Siempre he pensado que, cuando acabas algo, lo mejor es acabarlo del todo.

Pero a él, el que yo quisiera borrarlo de mi vida no le importaba en absoluto. Supongo que necesitaría dar paz a su espíritu diciéndome que me dejaba a la cara, así que a la hora de comer se plantó en mi oficina, con la cara cenicienta y las manos en los bolsillos.

Cuando se dio cuenta de que lo vi, hizo un gesto con la cabeza como diciéndome que saliera. Por un momento estuve tentada de mandarle a la mierda con un sutil pero contundente gesto con el dedo corazón, pero en vez de eso me acerqué a la mesa de la jefa, le dije que iba a fumarme un cigarro y salí en su encuentro.

La verdad es que fue incómodo, puesto que hacía cuatro días estábamos el uno en los brazos del otro tan felices, y ahora por lo menos había un metro y medio entre ambos. Hizo un pequeño amago de darme un beso, o dos, pero enseguida vio cómo se me envaró el cuerpo y creo que lo dejó correr.

Me encendí el cigarro con parsimonia, y rompí el silencio diciéndole que tenía poco tiempo, y que creía que no hacía falta decir nada más. Entonces me dijo que no, que teníamos que hablar, que había cometido un error y que quería explicármelo. Me dijo algo así como: «Necesito hablar contigo, necesito que me entiendas… Al menos eso» Apagué el cigarro y le dije que de acuerdo, pero que ahora no podía hablar, y que mañana por la tarde (o sea, hoy) que se pasara por el bar mono (un bar cercano a mi casa, de cuyo nombre nunca me acuerdo pero lo llamo así) media hora después de que saliera de trabajar. Me di la vuelta y me fui.

No sé qué espera. Supongo que necesita descargar su conciencia, decirme que nunca debió de dejar a Irene, que ese había sido su gran error… Qué sé yo. Podría haberle dicho que quedábamos ayer… pero no tenía ganas (ni fuerzas). Hoy en cambio voy más preparada…

Deseadme suerte.

Ya puedo decir que he vuelto a la normalidad. Cualquier puede pensar que mi normalidad era la de hace un par de semanas, o la de hace cuatro días, si me apuráis. Pero no. Mi normalidad de ahora es la de hace un par de meses.

Pretendía haber escrito un «Qué me pongo» para la noche de San Juan, pero habiendo pasado lo que pasó la verdad es que no pensé en ello hasta que me arreglé yo para ir a mi fiesta. Tenía ganas de escribirlo… Así que esperaré hasta el año que viene, y así ¡Tengo una excusa para mantener mi blog hasta entonces! 😉

Todos los años, en la noche de San Juan mi hermano organiza una fiesta en su casa. Es muy bonita, y tiene un jardín grande con una piscina. En vez de césped tiene una tablas de madera tratadas para que puedan estar a la intemperie e incluso ser pisada por diminutos tacones de aguja… Aunque imagino que esta semana el jardinero tendrá que ver si ha habido algún destrozo por San Juan, como siempre pasa. Este año pensaba quedarme en casa, pero Johan es un puñetero cabezón, y se plantó en mi casa después de comer (ya sabía todo lo que había pasado) con la promesa de que, si no me iba con él, él se quedaba conmigo.

Así que cuando llegamos a su casa me encontré a mi sobri Cris sentada en el suelo del recibidor, rodeada de paquetes de petardos para niños y guirnaldas. No sabía por dónde empezar. Le di dos besos a mi cuñada, que cambió la cara al verme, y me preguntó por Pablo. Como a mi hermano le había prohibido contar nada, le dije que él había aprovechado el puente para ir a ver a su familia. Creíble, ¿no?

Ayudé a mi hermano y a mi sobrina a decorar el jardín mientras mi cuñada metía broncas aquí y allá a camareros y cocineros contratados para la ocasión. Una vez estuvo todo preparado, me subí al cuarto de invitados y me arreglé: me puse el must have del verano, un vestido largo hasta los pies con caída y estampado de flores, con escote tipo palabra de honor y tirantitos finísimos, con unas cuñas. Está feo que yo lo diga, pero era la más guapa de la fiesta.

He de reconocer que me lo pasé bien. Vi a gente que hacía años que no veía, conseguí de palabra (a ver si cumplen) un par de clientas y además ligué y todo. En fin, en este tipo de fiestas sueles ligar, sobretodo si eres una de las pocas mujeres solteras que hay en un recinto de caza acotado, pero eso no evita que me riera bastante ante según qué técnicas de acoso y derribo.

Mientras tanto, mi móvil apagado recibía llamadas perdidas y mensajes de Pablo. Lo vi al día siguiente, nada más levantarme. Me está diciendo que necesita hablar conmigo. Bueno, ya sabéis, las típicas palabras de: «Claudia, tenemos que hablar. Cógeme el teléfono por favor». Todos sabemos lo que significa eso, así que he pensado (lo acabo de pensar ahora, de hecho) que le voy a mandar un sms para ahorrarle tiempo:

«No hace falta que hablemos ni que sigas intentando ponerte en contacto conmigo. Ya hiciste tu elección el sábado, es innecesario que le pongas palabras.»

Ayer me pasé el día durmiendo. Me acosté sobre las cinco de la madrugada deldomingo y apenas me desperté para poner y quitar el aire acondicionado y beber agua, y esta mañana a las siete de la mañana me he levantado, con el estómago en los pies.

Acabo de encender el móvil y me han llegado unos cuantos mensajes de llamadas perdidas de Pablo. Parece mentira que sea ahora cuando quiera hablar conmigo. Será que Irene ya se ha marchado.

Después de abrir la puerta a Irene, su ex, para que subiera a su casa, me dijo que tenía que marcharme. Le pregunté por qué, y me dijo que Irene había venido desde Córdoba para hablar con él, y que no le podía encontrar con otra chica en su casa. Le contesté que ahora iba a subir y nos íbamos a cruzar, a lo que me dijo que me metiera en la cocina y cuando ella no me viera, que me fuera. Ya me estaba acompañando hasta ahí mientras me decía todo esto.

Estaba tan alucinada, pero tantísimo, que no supe responder ni hacerme valer, e hice lo que me pidió: me metí en la cocina y esperé a que le abriera la puerta, le diera dos besos, ella le abrazara, él se hiciera el sorprendido, y por fin le fue a enseñar la casa con un: «Bueno, pero pasa, pasa, te enseño la casa y me cuentas qué haces aquí».

Ahí cogí mis cosas y me fui, todavía sin saber muy bien lo que había pasado, pero con la indignación burbujeando cada vez más salvajemente. Cuando salí por la puerta de la calle me salió un: «pues que te den por culo!», a lo que oí un: «vaya, esa chica está enfadada, eh?» y cuando miré para arriba vi a Pablo arrastrar a Irene a dentro de su casa desde el balcón.

Nunca me había sentido tan humillada. Claro que no todos los días tu propio novio te echa de su casa después de echar un polvo porque llega su ex. Ahora debo reconocer que mientras me decía que me fuera y tal, me sentía como la amante que sabe que su pareja tiene a otra a la que le debe más respeto que tú, y que tú solo estás ahí para divertirle. Pues, ¿sabes qué? Que le den.

Cuando dejé de caminar y me di cuenta de que estaba totalmente perdida y sin dinero, llamé a Mariona. Me había gastado todo el dinero que llevaba encima en la cena, y solo me sobraban un par de euros. La interrumpí (me pareció que estaba entre las sábanas de algún hombre, porque ya ha dejado a su novio chulo-playas) pero cuando le expliqué qué me había pasado enseguida me vino a buscar. Podría haber sacado algo de dinero en un cajero, pero necesitaba ver a alguien y desahogarme, para asimilar lo que había pasado hacía nada.

Fuimos a mi casa, preparé café para las dos y ahí estuvo Mariona escuchándome, y participando en la conversación solo para cogerme la mano y decirme que no me hundiera por esto, puesto que yo valía mucho más que esa tal Irene y que Pablo.

Pero los ánimos llegaron demasiado tarde… Ya me he hundido.

Acabo de volver a casa. A las once de la noche he llamado a Mariona para que me viniera a buscar porque estaba en la calle sin saber muy bien qué hacer.

Llevo desde ayer en casa de Pablo. Hemos estado viendo pelis, descansando, acostándonos… En fin, se estaba perfilando el fin de semana como algo perfecto. Ayer ya le dije que la cena de hoy me la iba a currar yo, y para eso he salido un momento esta tarde al rincón del Gourmet del Corte Inglés para comprar unas cuantas «delicatessen» para la cena. Tenía la intención de que fuera medio afrodisíaca… En fin, no sé en qué estaba pensando.

Sobre las nueve me he dedicado a hacer la cena. Mientras la cocinaba Pablo ha ido a buscarme a la cocina… Nos hemos vuelto a acostar, y después me he vuelto a poner a cocinar. Me he reído diciéndole que es incapaz de tenerla dentro de los pantalones más de tres horas, a lo que me ha contestado poniendo cara de estar herido en el orgullo y se ha puesto a reír, diciéndome que es verdad.

He preparado las virutas de foie de primero, el jamón de jabugo y he dejado listos los dos solomillos para freírlos en un segundo, cuando hubiéramos acabado con el segundo, y he puesto la mesa.

Justo cuando estaba colocando los vasos, ha sonado el porterillo, y ha abierto. Y entonces, cosa que todavía no me puedo creer, he escuchado de la boca de Pablo, mi novio desde hace poco más de un mes y medio, me ha dicho:

– Claudia, tienes que irte… Es Irene.

 

Tantas cosas que han pasado y tantísimo tiempo sin escribir… Esto es un cachondeo.

Bien, lo primero. Empezaremos por el fin de semana.

Marta es una chica de 16 años muy guapa, como su hermano, rubísima con los ojos verdísimos, un tipito monísimo y toda ella estupendísima. Así apareció por la puerta del aeropuerto, que parecía una actriz de Jólibu.

En cuanto nos vio, los hermanos se fundieron en un larguísimo abrazo y después me miró a mí, me sonrío muy dulcemente y me dio otro larguísimo abrazo a mí. Me dijo que tenía muchas ganas de conocerme puesto que su hermano le había hablado mucho y bien de mí. La verdad es que me moría de la vergüenza. En ese momento Marta irradiaba tal felicidad, soltura y seguridad que me sentía yo como la hermana pequeña. Pero pronto me recuperé.

Pablo alucinó porque de camino al coche estuvimos hablando todo el rato, preguntándonos cosas y demás. Le prometí que al día siguiente la llevaría de compras a las mejores tiendas de la ciudad, a lo que sonrió y me dio otro abrazo. En fin, un encanto.

La verdad es que esperaba encontrarme con una mocosa malcriada, pero me encontré con una niña guapísima, monísima, simpática e inteligente. Vamos, una persona adorable, como su hermano. Y nos lo pasamos muy bien. ¿Es que esta familia es perfecta o qué? Ayer le decía a Pablo que su familia debía de dar asco, casi como los Brangelinos, tan altos, Ricos, guapos, simpáticos y estupendos. En fin, es mejor que no compare con mi familia porque sino puedo caer en una bonita y abundante depresión.

Así que el fin de semana nos ha dejado contentos pero exhaustos. Este que viene hemos decidido que hoy nos aprovisionaremos de comida, películas y demás para pasar el resto de días en su casa. Además ambos tenemos puente el lunes (porque aquí es fiesta) así que no hay nada mejor. Ah, y si tenemos el cuerpo de buenas quizá nos vamos a la playa.

Por otro lado, el sábado, mientras los dos hermanos y yo veíamos la sagrada familia, me sonó el teléfono. No lo tenía guardado, pero desgraciadamente tengo buena memoria y enseguida reconocí ese número de teléfono: Rodri.

Bien, respira hondo, mira a Pablo y dile que me está llamando Rodri. Se lo digo y me dice, entre risas con su hermana, que lo coja.

_ ¿sí?

– Hola guapa, ¿qué tal?

– ¡Muy bien! Dime -Soy muy parca hablando por teléfono, me gusta que la gente vaya al grano.

– Mira, que te llamaba para preguntarte si te había incomodado la visita de Alejandra… Es que es una mujer muy cabezota y cuando se le mete algo en la cabeza no hay quien le disuada de ello y claro..

– Tranquilo Rodri – le corté-, no tengo problema. Al fin y al cabo piensa que de cara a la empresa he traído una clienta nueva, así que eso ¡me suma doble! – me echo a reír

– Vale… – se ríe un poco- Entonces me alegro. Y oye, ¿crees que podrías hacer un café mañana?

– No, tío… Gracias por el ofrecimiento, pero lo tengo un poco chungo este fin de semana – ¿Cómo le digo que no pienso hacer un café con él en la vida? No hay nada que nos una a estas altura, a parte de los negocios familiares, de los cuales estoy absolutamente desvinculada.

– Bueno, pues si eso quedamos otro día y hablamos de lo de la cena y a ver si me puedes dar unas cuentas ideas.

– Si quieres algo de eso pásate por la ofi.

– ¿Así sumas doble?

– No tonto, que te pongo dentro del perfil de tu mujer, que ya es clienta, y así no me tenéis que pagar más.

– Bueno, en todo caso durante la semana te digo algo.

Despedidas de rigor y colgamos. Se lo expliqué todo a Pablo y a Marta y se partían. Pablo me comentó que si me iba a hacer un café con Rodri, que él se sienta en una mesa cerquita por si necesito ayuda en algún momento, pero le contesté que no, que fuimos buenos amigos en su momento (o lo que fuera que éramos) pero que a estas alturas nada me une a él, así que no me interesa cultivar ningún tipo de relación.

La verdad, me siento pletórica.

Mientras Pablo prepara la peli que vamos a ver esta noche relajados en casa, hago un pequeño post:

La cena (y por ende, presentación familiar de Pablo) no ha podido ir mejor. Vamos, ayer estaba que me subía por las paredes antes de cenar, pero una vez vi cómo se desenvolvía Pablo entre el ambiente encorsetado de la reina madre (o sea, la bruja… digo, mi madre), me quedé tranquila.

Pablo tiene un carisma absolutamente increíble. Se metió a todos en el bolsillo en una sola cena, sabiendo decir las palabras justas en cada momento. Lo mejor fue ir observando las reacciones de cada uno a medida que él se los iba ganando. Y aquí, en exclusiva, y antes de que se acabe de decidir por la peli que vamos a ver, os pongo un resumen:

Mamá: Primero sorpresa o más bien estupefacción porque no se lo esperaba tan guapo. Después recelo, un par de preguntas sobre su casta (esta mujer es peor que un elfo de alta cuna), y maravillamiento. Por último, simpatía rallando el tonteo de una niña de quince años. Patético.

Papá: Recelo inicial. Su cara decía «hola» pero su cuerpo decía «quién eres tú para meterle mano a mi hija». Al principio estuvo muy callado observándole, hasta que Pablo se empezó a interesar por el trabajo de mi padre y no sé cómo se lo llevó a su terreno. Acabó con una sonrisa de oreja a oreja.

Mi hermano: Él fue al único al que Pablo no se lo tuvo que ganar… desde el mismo día que lo conocí mi hermano ya estaba enamorado de él. Estuvo toda la noche cuidándole todo el rato, riéndose con él… Vamos, como amigos de toda la vida. Fue un auténtico alivio.

Mi cuñada: Envidia.

Mi hermana: alucinamiento. Estaba como encantada, alucinada, y sobretodo sorprendida de que yo haya llevado a un chico a casa. Y también un pelín molesta por no ser el centro de atención… Así que se pasó la noche haciendo monerías, interrumpiendo a todo el mundo y tratando de robarnos el protagonismo. Pobre, está demasiado mimada.

El novio de mi hermana: Aburrido. Desde el principio hasta el fin. pablo intentó hablar con él, pero enseguida mi hermana lo cortaba para preguntarle algo sobre la última campaña publicitaria en la que estaba trabajando o bien sobre qué ciudad andaluza era más bonita según su criterio. Pobre chaval, no creo que vuelvan a salir nunca más

Bueno, y Pablo me acaba de preguntar qué hago, así que es hora de ir dejando esto. Ay, es que este chico es genial. 

Espero que no elija la de zombies.

Dentro de poco es el cumpleaños de Pablo, así que me estoy exprimiendo la cabeza para regalarle algo que le pueda gustar. En un principio, cómo no, he pensado en regalarle ropa… Pero, por raro que parezca, no me atrevo. O sea, sé que le encantaría cualquier cosa que le regalara porque evidentemente ya he pillado su gusto además de saber ya qué cosas le quedarían fenomenal… Pero no me acaba de convencer. es demasiado típico.

Hablando con Mariona me ha dicho que no sea tonta y me dedique a buscar algo que podamos disfrutar los dos. Ese fin de semana él estará en Barcelona, y a parte ya me ha comentado que tiene una presentación dos semanas después de su cumpleaños y va a ir un poco de culo, así que no me lo voy a llevar de fin de semana. Y bueno, he pensado en regalarle algo que podamos disfrutar los dos… en la cama. ¿soy una guarra? 😉

Siento que me estoy soltando en el sexo gracias a él. Si bien no era virgen, la única pareja que había tenido había sido Rodri, y reconozco que era una relación más bien infantil y nuestro sexo no había evolucionado mucho. En cambio con Pablo siento que por fin vivo el sexo de forma adulta y madura. ¡Un punto para mí!

Así que he decidido meterme en la maleta roja (+18), y he pensado en comprarle esto, a parte de un par de sorpresas que tengo ya metidas en la cabeza:

Set de Viaje Shunga

Esto mola un montón. tiene unos polvos de miel, unos aceites para masaje, un plumerito para extender los polvos y que seguramente será suave y agradable… Creo que puede ser muy divertido.

La verdad es que estoy alucinada con la cantidad de juguetes eróticos que hay, de todos tipos y para todos los gustos. En fin, creo que después de regalarle esto le diré que miremos juntos esta página web…

Qué os puedo contar que no os podáis imaginar ya. Básicamente ha sido perfecto. Además de que es listo pa parar un tren. El tío aprovechó una de las veces que yo me ausenté para irse a mi monedero y pillar mi DNI, y así poder comprar los billetes de avión. Y nada, con un poco de avión y un poco de tren llegamos a su ciudad.

La verdad es que es preciosa. El centro histórico es increíble, todo de casitas blancas, de tres pisos como mucho, en unas calles estrechas y llenas de flores, tanto en los balcones como en sus patios típicos andalusíes. Me ha encantado, y no dudo que en breve volveremos, porque de verdad que ha sido absolutamente increíble. Ya no solo porque me han encantado los paseos que nos hemos pegado por la ciudad, sino que me ha llevado a un hotel de esos con encanto, y a comer y cenar a sitios donde he tenido que dejar mi dieta en la puerta. La comida andaluza… ¡Es tan rica! Eso sí, tanto frito… Pero frito del bueno, no de ese que te deja luego el estómago que te da la sensación de estar rellena de aceite. Increíble.

El hotel, como digo, estaba en el centro histórico y tenía un patio típico precioso. En los momentos en que él iba a ver a su familia, yo aprovechaba para dar una vueltecita por las calles. Luego me contaba que le insistían para que comiéramos o cenáramos con ellos porque querían conocerme, pero que le parecía que si me llevaba ahí podría salir corriendo. Hombre, reconozco que para los cánones que todos conocemos, sería demasiado pronto, pero no sabéis cuánto me halaga ver un brillo en sus ojos que me indica que se muere de ganas de llevarme a su casa. Así que le dije que, en todo caso, la próxima vez que bajara a Andalucía o que sus padres subieran a verle, que los conocería con gusto. La sonrisa que apareció en su cara iluminó todo el fin de semana. Lo veía tan feliz… Tanto, que me hacía feliz a mí.

Y bueno, qué decir de Pablo… Es encantador, atento, caballeroso, cariñoso, buen amante… No sé, me siento en sus manos como si fuera el regalo más preciado que le han hecho nunca, tanto en las situaciones más normales como en la cama. Me toca con muchísima delicadeza, pero también con seguridad, haciendo que confíe aun más en él. Y de verdad… Es un caballero. Estoy alucinada. Gratamente alucinada.

Ha sido un fin de sermana perfecto.

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